15 mayo 2007

Sobre la mente de Eccles y el libre albedrío

“¿Quién podría dudar de la presencia del espíritu? Renunciar a la ilusión que ve en el alma una sustancia inmaterial, no es negar su existencia, sino al contrario comenzar a reconocer la complejidad, la riqueza, la insondable profundidad de la herencia genética y cultural, así como de la experiencia personal, consciente o no, que en conjunto constituyen el ser que somos, único e irrecusable testigo de sí mismo”
El azar y la necesidad (Jacques Monod)

¡Qué demonios soy yo! ¿Un espíritu en la máquina..., o simplemente una máquina, sin espíritu? La pregunta es inevitable. Pero igualmente inevitable es la apresurada respuesta de nuestra aludida voz interior: ¡Yo no soy una máquina “vacía”! ¿Y mi moral? ¿Y mi voluntad? Ciertamente, estas cualidades pertenecen al ámbito de la conducta específicamente humana, lo que significa, para algunos, que no pueden quedar “en manos” de algo tan material y vulgar como el cerebro. Debe existir una “entidad” diferente que dé cobijo a cualidades tan humanas y a la vez tan divinas como el mismísimo libre albedrío. ¡Necesitamos el espíritu! Bueno..., puede ser. Pero no nos detengamos en especulaciones filosóficas, vayamos a los hechos. Hablemos por un momento del neurobiólogo inglés John Eccles (otra vez) ¿Por qué? Por su defensa a ultranza de la dualidad mente-cerebro (dualismo interaccionista) siendo una autoridad en neurociencias, en la biología del cerebro. No en vano, Eccles recibió el premio Nóbel de Medicina en 1963 por sus trabajos en relación a la sinapsis. ¿Cómo justifica un neurobiólogo la existencia de una mente “inmaterial” y su interacción con el cerebro? ¿Sobre qué datos experimentales se apoya?

La mente de Eccles
En el libro que comparte con el filósofo K. Popper, “El yo y su cerebro” (Labor 1980), Eccles pone de manifiesto sus ideas dualistas y trata de aportar argumentos, algunos de ellos basados en la neurofisiología experimental, para encajar estas ideas en la biología del cerebro. Según Eccles, la mente autoconsciente (el yo subjetivo) es como un timonel que evoca el pasado, planea el futuro, actúa y dispone. Además es el que sufre, contiene deseos y esperanzas. La mente autoconsciente tiene un carácter moral, una personalidad, moldeada por sus acciones libres del pasado. Los deseos y voluntades de este “yo subjetivo” guían nuestra conducta porque la mente autoconsciente es activa, instiga procesos cerebrales, actúa sobre la maquinaria nerviosa. Interpreta al conjunto neuronal integrado y por tanto es responsable de la unidad de la experiencia. Y además recupera y selecciona los recuerdos que considera deseables en cada momento. ¿Cómo tiene lugar la interacción entre la mente y el cerebro? La hipótesis (1): La interacción entre la mente y el cerebro tiene lugar en la corteza cerebral. Hay una interacción entre lo que llama dendronas (dendrons), que son la unidad anatómica-funcional de la corteza cerebral (formada por grupos de neuronas) y las psiconas (psicons), que son la unidad funcional de la experiencia consciente. Esta interacción se daría en base a la mecánica cuántica (¡!). De esta manera las psiconas modularían o influirían en la conducta modificando la actividad de las dendronas, que son las que en último término guían nuestra conducta desde la corteza cerebral. Como se puede observar, en realidad, esta hipótesis no explica nada, sino que describe con palabras más técnicas, e introduciendo el “comodín” de la física cuántica, el eterno debate mente(psiconas)-cerebro(dendronas). Pero, ¿por qué ese empeño en inventar un cerebro “inmaterial” para controlar al cerebro biológico? De alguna manera, esta hipótesis parece querer satisfacer las convicciones metafísicas y religiosas de Eccles (quizá a partir de algo que le ocurrió a los 18 años, como menciona en el citado libro) sin traicionar demasiado su formación biológica.

¿Qué dice la neurofisiología?
Pero en “El yo y su cerebro”, Eccles hace referencia a algunos datos de la neurofisiología experimental que podrían apoyar sus hipótesis de dualismo interaccionista. En primer lugar, los experimentos que Libet realizó en los años 70 acerca de la percepción consciente de un estímulo. Los resultados de estos experimentos muestran que una vez producido un estímulo agudo en la mano hay un retraso temporal de aproximadamente 5oo milisegundos desde que el estímulo llega a corteza cerebral (y por tanto se registra actividad eléctrica cortical) hasta que el estímulo se hace consciente. En segundo lugar, los experimentos de Kornhuber, también en los años 70, acerca del movimiento voluntario. En este caso, con electrodos colocados en el cuero cabelludo, es posible detectar el potencial premotor (readiness potential), que siempre se asocia al movimiento voluntario, aproximadamente 800 milisegundos antes de que se ejecute el movimiento. Como se puede observar, en ambos casos hay un retraso temporal en la experiencia consciente de una función fisiológica (percepción, movimiento). Estos dichosos milisegundos, que pueden ser claves para seguir el rastro a aquello que entendemos por “ser consciente”, no pasaron inadvertidos para Eccles que sugirió una interpretación: “el lapso temporal observado podría reflejar los efectos acumulados de las ligeras desviaciones que produce la mente autoconsciente sobre la actividad cortical”.

Primero comenzamos el movimiento..., y luego decidimos movernos
Pero lo cierto es que la interpretación de Eccles no parece ajustarse a la realidad de los hechos. Me refiero ahora a los experimentos realizados por Libet y publicados en 1983 (2, 3), acerca de la relación entre el movimiento voluntario y la voluntad-intención de llevar a cabo dicho movimiento. El trabajo de Libet generó un intenso debate, todavía vivo hoy, en el mundo de la ciencia y la filosofía ya que va a la raíz de lo que podríamos entender por libre albedrío. En estos experimentos de Libet, al igual que en los anteriormente citados de Kornhuber, se registra en la corteza premotora de un sujeto el potencial premotor que siempre precede al movimiento voluntario. Este potencial premotor ocurre aproximadamente 700 ms antes de que se ejecute el movimiento. Pero lo interesante, como indican los resultados de Libet, es que dicho potencial premotor también ocurre antes de que el sujeto tome la decisión consciente de realizar el movimiento. Y ahí surge el debate. Según el propio Libet: “el acto voluntario comienza en el cerebro de una forma inconsciente antes de que la intención se haga presente en la conciencia”. Esto implica que el potencial premotor, además del propio movimiento voluntario, causaría la experiencia consciente de intención. Tanto es así, que si alteramos artificialmente la actividad de la corteza premotora mediante estimulación magnética transcraneal (TMS) se puede modificar, y así predecir, la decisión de un movimiento voluntario. En mi opinión, estos resultados van en contra de la mente autoconsciente de Eccles y de la existencia de una voluntad filosóficamente libre (léase libre albedrío) que actúa sobre la actividad cerebral y guía nuestra conducta.

La corteza premotora y la percepción de nosotros frente al mundo
Pero hay más datos que apoyan el hecho de que la actividad neuronal de la corteza premotora precede y causa la experiencia consciente de voluntad o intención. Por un lado están los experimentos realizados por Freid y colaboradores en 1991 (3). En estos experimentos se mostró que la estimulación de áreas específicas relacionadas con la corteza premotora (corteza motora suplementaria) generaba en los sujetos la sensación de querer realizar un movimiento. Es decir, en cierto modo, ¡la voluntad era inducida artificialmente mediante estimulación cerebral! Por otro lado, está la experiencia de lo que han denominado self agency (3). Es la sensación de que un movimiento determinado ha sido realizado por nosotros, de que nuestras acciones causan efectos en el mundo exterior. Bien, pues esta sensación, que tiene tanto que ver con la voluntad, depende de la actividad de la corteza premotora. En este sentido, cabe mencionar un fenómeno denominado rubber hand illusion (ver también el síndrome de la mano anárquica). Este fenómeno consiste en hacer creer a un sujeto que posee una mano artificial hasta el punto de que llega a considerarla como suya. Según unos recientes estudios de imagen cerebral , la sensación de “propiedad” de un miembro que nos pertenece y se diferencia de lo externo, resultó estar correlacionada con la actividad de la corteza premotora (4). La corteza premotora recibe conexiones de diferentes regiones cerebrales implicadas en otros sistemas sensoriales (visual, táctil y propioceptiva). Por tanto, no es de extrañar que la corteza premotora juegue un papel crucial en fenómenos como la sensación de intención o self agency que dependen de la integración multisensorial.

El espíritu..., un circuito más de la máquina
Es evidente que todos estos experimentos y sus resultados representan un avance real en el conocimiento de nuestra percepción del mundo y nuestra interacción con él. Hablar de percepción no sólo implica olores, colores, sabores o gustos, con su contenido emocional. Experiencias como la de “un yo subjetivo” o la de tener “voluntad” para llevar a cabo acciones sobre el entorno, son también percepciones causadas por la actividad de áreas específicas de nuestro cerebro. Ahora bien, el significado biológico de percibir olores o colores parece obvio. Pero, ¿qué sentido biológico puede tener la sensación de voluntad o intención posteriormente a que una acción haya sido decidida? Aunque suene a tópico, queda mucho por saber. Pero según P. Haggard (3) la percepción de intención puede tener que ver con la predicción del acto motor que se va a ejecutar y con sus efectos. Es decir, la experiencia de que somos nosotros los que ejecutamos un movimiento puede representar una ventaja para aprender las asociaciones funcionales entre acciones y efectos causados por dichas acciones. Y en definitiva, adaptarnos mejor a nuestro entorno. Poseer un “sujeto psíquico”no supone una ventaja evolutiva. La percepción de que poseemos un “sujeto psíquico”, quizá sí.

El libre albedrío no tiene sentido en biología
Hace unas semanas asistí a una conferencia en la Cátedra de Ciencia, Tecnología y Religión (“Determinación e indeterminación neural. ¿Dónde queda la libertad?). En el debate posterior a la charla, uno de los responsables de la Cátedra sugirió que, a pesar de lo que parecen indicar los últimos avances en el cerebro, aún debe existir un yo subjetivo que de alguna manera influye y guía nuestra conducta, y que no está estrictamente condicionado por el entorno (algo así como la mente autoconsciente de Eccles). Y para ilustrar el papel de este yo subjetivo, pone el ejemplo de un ludópata: Supongamos que el ludópata, después de acudir al psicólogo y conseguir una reconstrucción cognitiva y emocional, deja el juego. ¿Qué ha pasado?, se pregunta. Pues que el “sujeto psíquico” del ludópata, abierto a varias posibilidades, ha valorado el mayor peso de una de ellas y ha inclinado la balanza con su voluntad. Y yo me pregunto, ¿ha valorado..., en función a qué? ¿Cuál es el punto de referencia de ese “sujeto psíquico” y de su libre albedrío?¿Una moral superior fuera del contexto biológico? En mi opinión, los datos discutidos anteriormente están claramente en contra de la existencia de ese “sujeto psíquico”, flotando en una especie de burbuja aséptica por encima del cerebro, y para algunos cerca de Dios. Pero, además, si desconectamos por un instante nuestro chip “hechos a imagen y semejanza”, podríamos pensar que quizá el libre albedrío, entendido desde una perspectiva filosófica, no tiene sentido en biología. No tiene sentido porque hay factores que afectan a nuestro organismo (ejem, contenido emocional de experiencias previas) de los que no tenemos información consciente (accesible a la voluntad) pero que son cruciales a la hora de tomar decisiones y poner en marcha conductas adaptativas determinadas (en cierto modo, esto alude a la hipótesis del marcador somático, de Antonio Damasio). Nos guste o no, es nuestro cerebro quien decide, ya que integra toda la información posible a partir de la experiencia (factores biológicos y socio-culturales)..., y a veces nos lo comunica. Y más vale que así sea..., nos jugamos la supervivencia.

Quiero terminar con una frase del físico cuántico Rolf Tarach (5): “El estado completo, microscópico, de nuestro cerebro determina nuestras decisiones, pero nosotros no somos conscientes de ello, por lo que continuaremos tomando decisiones, que creemos libres, aunque no lo sean”

Tito

(1) J. Eccles. “A unitary hipótesis of mind-brain interaction in the cerebral cortex” Proc. R. Soc. Lond. B. 240:433-451 (1990)
(2) “Libet y el libre albedrío” JANO 16-22 de febrero 2007, nº 1638.
(3) P. Haggard. “Conscious intention and motor cognition” Trends Cog. Sci. 9:290-295 (2005)
(4) M. Botvinick. “Probing the neural basis of body ownership” Science 305: 782-783 (2004)
(5) R. Tarrach. “Reflexiones de un científico cuántico sobre el libre albedrío” Ars Medica vol 2, nº 2, pags. 283-288 (2003)