28 marzo 2007

¿Ciencia contra religión?


En los debates sobre la existencia de Dios que uno puede mantener con un creyente o incluso con un agnóstico siempre termina surgiendo esa frase hecha de que “la ciencia no puede demostrar la no existencia de Dios”. En los últimos años varios científicos o filósofos de la ciencia del mundo anglosajón se han levantado en armas contra esa afirmación y han aparecido varios libros mostrando pruebas acerca de la improbabilidad de la existencia de Dios. El último exponente de este movimiento es sin duda Richard Dawkins y su “The God Delusión" que acaba de ser traducido y editado en España con el “políticamente correcto” título de “El Espejismo de Dios”. Posiblemente este es el motivo de que Muy Interesante haya dedicado la portada de su número de Abril de 2007 a este tema con el titular “Ciencia contra religión. ¿Son incompatibles?” El artículo más extenso dedicado a este tema es el titulado “Dawkins contra Collins. Dos formas de entender la relación entre la fe y la ciencia.” Francis Collins, responsable del proyecto Genoma Humano, es un ferviente creyente cristiano que acaba de publicar un libro “The Language of God” en el que intenta contrarrestar la ofensiva de los científicos ateos. El artículo está basado en un debate publicado en Time entre Dawkins y Collins el pasado Noviembre de 2006 y que también mereció la portada de la revista con el menos afortunado titular “God vs Science”. El debate ha sido comentado en Numenware (TIME magazine on Science vs. God ) y en eSkeptic (traducido en Delenda est Carthago) pero merece la pena leerlo porque Collins revela sus argumentos fundamentales dejando clara la debilidad de su posición. En realidad el objetivo de este apunte es transcribir algunos de sus comentarios (las cursivas son mías):

“Lo que yo le objeto a la ciencia es la asunción de que todo lo que podría estar fuera de la naturaleza está excluido de la conversación. Esa es una visión pobre del tipo de preguntas que los humanos pueden hacer, como ¿por qué estoy aquí? ¿qué sucede tras la muerte? ¿existe Dios? Si se rehuye reconocer lo apropiado de estas preguntas, se termina con una probabilidad cero para Dios tras examinar el mundo natural porque no te convence en base a las pruebas. Pero si tu mente está abierta a si Dios puede existir, entonces se pueden señalar aspectos del universo que son consistentes con esa conclusión.

Y más adelante:

Si estás dispuesto a contestar que sí a un Dios fuera de la naturaleza, entonces no es para nada inconsistente que Dios elija en determinadas ocasiones invadir el mundo natural de una manera que parece milagrosa. Si Dios hizo las leyes naturales, ¿por qué no podría violarlas en los momentos en que él podría considerar significativo hacerlo?”

En definitiva: “Mi Dios no es improbable para mi”. Es decir, como yo tengo fe en Dios, pues no hay nada que seas imposible para Dios y por tanto nada raro en lo que supuestamente este ha hecho (como crear el Universo). Y por supuesto no hay ninguna prueba científica que vaya a cambiar esto, porque al fin y al cabo eso es lo que significa tener fe.

Como supuestamente dijo William James, “muchos creen que están pensando cuando simplemente están reordenado sus prejuicios”.

Lupe

21 marzo 2007

"Fueron experiencias reales..." (House)

Seguimos con la Housemanía. En uno de los últimos capítulos de la primera temporada el Dr. House narra la enfermedad que le causó su característica cojera. A consecuencia de los tratamientos a los que se somete sufre una parada cardiorrespiratoria y durante ella tiene unas visiones sobre antiguos pacientes. En el capítulo House da su opinión, escéptica, sobre las experiencias cercanas a la muerte (ECM): “Fueron experiencias reales... la luz blanca que ven algunos y las visiones que tuvo este paciente son una reacción química que ocurre mientras el cerebro se apaga...”

En esencia este es el argumento que defendemos en el artículo que acabamos de publicar en el último número de El Escéptico (nº extra 22 y 23. Abril-Diciembre 2006): “Experiencias no-tan cercanas a la muerte”. Las ECM son percibidas por los pacientes que las viven como experiencias reales, porque en circunstancias excepcionales (patológicas o no) nuestro cerebro nos engaña y “crea” una experiencia que no está basada en percepciones obtenidas a través de los órganos de los sentidos. En realidad muchos de los detalles de una ECM pueden ser inducidos por drogas o por una hipoxia, lo que indica que estas experiencias no son tan cercanas a la muerte. En contra de esta interpretación se argumenta que las ECM se viven cuando el paciente es considerado clínicamente muerto. Pero, “podemos afirmar que, si un sujeto ha experimentado determinadas percepciones o sentimientos, y es capaz de recordarlos, significa que su cerebro estaba aún activo (aunque su actividad pudiera estar alterada) y, por tanto, no había muerte cerebral.” Para muchos las ECM son el principal “argumento en favor de la existencia de un ente espiritual (llámese alma) que sobrevive después de la muerte y que es capaz de separarse del cuerpo físico y tener conciencia de esa otra realidad en la que nos veremos inmersos, a buen seguro, después de morir.” Pero para defender esto finalmente se utilizan las descripciones que hacen los pacientes de hechos y personajes que vivieron o se encontraron durante la ECM y que les permite aportar información sobre cosas que, supuestamente, no podían haber conocido. Pero dado que las ECM se dan en circunstancias que son imposibles de controlar y, por tanto, de estudiar científicamente y que en cualquier caso son siempre descripciones de los propios pacientes (en algunos casos años después de haberlas vividos), nunca se pueden descartar explicaciones normales a estas supuestas situaciones extraordinarias (incluso en los casos más llamativos, como comentábamos en un apunte anterior).

En el mismo número de El Escéptico también publicamos una breve nota (“¿Estoy levitando... o me lo parece”?) comentando varios artículos recientes, que consiguieron cierta repercusión mediática, sobre experiencias fueras del cuerpo, un fenómeno que comparte muchos elementos con las ECM.

Lupe

14 marzo 2007

Evaluar también la divulgación científica

Os recomiendo la lectura de un comentario de Antonio G. Valdecasas y Juan E. Iglesias (investigadores del CSIC) aparecido en "El País" de hoy (sección "Futuro") titulado No con dinero público.

Comentan los autores la inclusión, en el último número (Invierno, 2006) de la Agenda Viva, Ciencia y Medio Ambiente en Madrid, -publicada por la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente, con el apoyo de varios organismos públicos- de una entrevista a Rupert Sheldrake presentado como "...uno de los biólogos más innovadores y controvertidos...". Ya hemos hecho algunas referencias en esta bitácora a Rupert Sheldrake (por ejemplo en Un improbable futuro del cerebro: “la conexión invisible”, Sheldrake, Eccles y la mecánica cuántica y, sobre todo, en Pseudociencias en El País Semanal: Rupert Sheldrake y la “mente extendida”). En palabras de los investigadores del CSIC "Presentar así a un investigador cuyas publicaciones más importantes en los últimos 20 años se encuentran en revistas de parapsicología, el suplemento literario del Times y la revista de divulgación New Scientist (...), implica una ignorancia grave de la actividad científica (...) y desconocimiento de la escasa consideración que del doctor Sheldrake se tiene en la comunidad científica, que sólo sirve para entretener los ratos libres de científicos aburridos y lectores despistados." "La revista es libre de entrevistar y escribir de lo que quiera, pero no debería difundir pensamiento mágico e irracional y presentarlo como ciencia, con fondos públicos. Y las instituciones financiadoras deberían tener en cuenta lo que se hace con el dinero de los contribuyentes."

Lo importante del comentario de estos investigadores (al menos desde mi punto de vista) es que la difusión científica, al igual que la actividad de la que se nutre (la investigación científica), debería ser evaluada en su rigor e interés para merecer la confianza y fondos de los recursos públicos. Por ello solicitan la creación de una Agencia de Evaluación de la Divulgación Científica.

El comentario termina con una idea que me parece fundamental: "Habrá que tener en cuenta que no sólo es importante difundir unidades de conocimiento. Más importante es transmitir modos críticos de pensar, que se puedan incorporar en la vida cotidiana. Con ello nos jugamos mucho. No sólo un uso adecuado del dinero público sino también una contribución a la difusión de un pensamiento racional, del que esta sociedad está muy necesitada."

Cupri

Adenda (15/7/2008): La entrevista se puede leer aqui.

06 marzo 2007

Intermezzo I


A la espera de apuntes más jugosos, me gustaría comentar algunas cosas que he descubierto en la blogsfera. En primer lugar, un apunte fundamental en estos tiempos en los que se apuntala legislativamente la irracionalidad terapéutica (léase terapias mal llamadas alternativas o pseudoterapias). Lo he leído en la imprescindible bitácora sobre temas médicos Ciencia y Lejos, y se titula Y si el paciente se empeña en acudir a la “medicina” alternativa. Se trata de desmontar el mito de la inocuidad de las pseudoterapias, no tanto en relación con la ausencia de efectos secundarios (garantizada, por ejemplo, en la homeopatía), sino en cuanto a los riesgos de abandonar los tratamientos reconocidos en favor de procedimientos de nula eficacia (riesgos que se documentan en el apunte). De lo más interesante la discusión sobre la negligencia de los padres que llevan a sus hijos al pseudoterapeuta y de las acciones legales que se pueden llevar a cabo.

En otro orden de cosas, a través de Skeptico descubro el nuevo pastiche nuevaerero que pretende convencernos de que podemos cambiar la realidad sólo con pensarlo. Se trata de The Secret, y el susodicho secreto es el que acabo de mencionar, conocido desde hace siglos, y que es enunciado como Ley de la Atracción, supuestamente de igual validez universal que la Ley de la Gravedad. Tras el ¿éxito? de Y tú, ¿qué sabes? (que ya se puede encontrar en el videoclub de la esquina) se vuelve a abusar de la mecánica cuántica y del asombro que provocan sus predicciones, validas sólo en el mundo cuántico (menudencias que estropean una buena historia), para explicar la supuesta capacidad de nuestra mente de modificar la realidad a nuestro antojo.

Aprovecho también este breve apunte para recomendar la lectura de una nueva iniciativa científico-escéptica: El cerebro de Darwin. En parte porque, al menos la mitad de los artífices de la bitácora, se sirve de la neurociencia para desmontar muchas patrañas pseudocientíficas sobre la mente... es decir una copia descarada de esta misma bitácora (¡eh, que lo digo sin acritud!). La otra media naranja de esta iniciativa se encamina, por otro lado, a la defensa de la teoría de la evolución, tan agredida desde los sectores ultras cristianos. Y es que esta tarea de defensa es urgente dado el riesgo cierto de que la irracionalidad del debate político sobre la necesidad de enseñar alternativas a la evolución en los colegios puede traspasar la frontera de los Pirineos en cualquier momento. En fin, que el interés de El cerebro de Darwin está garantizado por la combinación de temas escogido. Y es que, parafraseando a Theodosius Dobzhansky, “Nada tiene sentido en neurobiología sino es a la luz de la evolución».

Lupe