30 marzo 2006

El árbol de la ciencia

[Conversación entre Andrés Hurtado y su tío Iturrioz]

(Hurtado) El individuo o el pueblo que quiere vivir se envuelve en nubes como los antiguos dioses cuando se aparecían a los mortales. El instinto vital necesita de la ficción para afirmarse. La ciencia entonces, el instinto de crítica, el instinto de averiguación, debe encontrar una verdad: la cantidad de mentira que es necesaria para la vida. ¿Se ríe usted?

(Iturrioz) Sí, me río, porque eso que tú expones con palabras del día, está dicho nada menos que en la Biblia.

¡Bah!

Sí en el Génesis. Tu habrás leído que en el centro del paraíso había dos árboles, el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. El árbol de la vida era inmenso, frondoso, y, según algunos santos padres, daba la inmortalidad. El árbol de la ciencia no se dice cómo era; probablemente sería mezquino y triste. ¿Y tú sabes lo que le dijo Dios a Adán?

No recuerdo, la verdad.

Pues al tenerle a Adán delante, le dijo: Puedes comer todos los frutos del jardín; pero cuidado con el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque el día que tú comas su fruto morirás de muerte. Y Dios, seguramente, añadió: Comed del árbol de la vida, sed bestias, sed cerdos, sed egoístas, revolcaos por el suelo alegremente; pero no comáis del árbol de la ciencia, porque ese fruto agrio os dará una tendencia a mejorar que os destruirá. [...] ¡Cómo se ve el sentido práctico de esa granujería semítica!

[...] ¡Ah, claro! El semitismo, con sus tres impostores, ha dominado al mundo, ha tenido la oportunidad y la fuerza; en una época de guerras dio a los hombres un dios de las batallas, a las mujeres y a los débiles un motivo de lamentos, de quejas y de sensiblería. Hoy, después de siglos de dominación semítica, el mundo vuelve a la cordura, y la verdad aparece como una aurora pálida tras de los terrores de la noche.

Yo no creo en esa cordura ni creo en la ruina del semitismo. El semitismo judío, cristiano o musulmán, seguirá siedo el amo del mundo, tomará avatares extraordinarios.

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[Andrés Hurtado trabajando de médico en Alcolea del Pinar]

Andrés podía estudiar en Alcolea todas aquellas manifestaciones del árbol de la vida [...]: la expansión del egoísmo, de la envidia, de la crueldad, del orgullo.

A veces pensaba que todo esto era necesario; pensaba también que se podía llegar en la indiferencia intelectualista, hasta disfrutar contemplando estas expansiones, formas violentas de la vida.

¿Por qué acomodarse, si todo está determinado, si es fatal, si no puede ser de otra manera?, se preguntaba. ¿No era científicamente un poco absurdo el furor que le entraba muchas veces al ver las injusticias del pueblo? Por otro lado: ¿no estaba también determinado, no era fatal el que su cerebro tuviera una irritación que le hiciera protestar contra aquel estado de cosas violentamente?

"El árbol de la ciencia", Pio Baroja (1911)
Lupe

17 marzo 2006

El "Plan de Dios"... y el cerebro

Es difícil pensar que el grado de perfección que se encuentra en cualquier punto de la naturaleza es fruto del azar (...). Ciertas partes de la naturaleza dan la firme impresión de ser el resultado de un proyecto (...). Hablar de creación equivale a afirmar que todo lo existente tiene su origen en Dios y en ninguna otra causa

¿Hay perfección en la Naturaleza? A primera vista, parece una pregunta inofensiva, pero no lo es. Y no lo es, por las consecuencias que puede implicar. Según un texto publicado recientemente en la revista Alfa y Omega, al que pertenecen las líneas que encabezan esta anotación, la respuesta es, con certeza absoluta, sí. ¿Qué implica esta afirmación? Si aceptamos que hay perfección en la Naturaleza..., habrá que replantearse seriamente la Evolución biológica porque, algo perfecto no puede evolucionar a partir del caos y por medio del azar; algo perfecto debe ser el resultado de un plan establecido; y por tanto hay una Razón para todo lo que existe; hay un Plan de Dios que justifica y da sentido a la Naturaleza y, en especial, al hombre; ¿Acaso el hombre no debe nada a nadie por haber llegado adonde ha llegado?; el mal moral es producido por el hombre abusando de la libertad que le ha sido otorgada... Todas estas afirmaciones, y otras más, pueden ser leídas en el citado artículo, el cual, alude a la polémica suscitada por algunos acerca del diseño inteligente (creacionismo) que postula una intervención divina en la Naturaleza como alternativa a la evolución darwinista.

La perfección de la Naturaleza se refleja en una flor, en el cuerpo humano o en la célula eucariota. O tomemos como ejemplo el cerebro humano (Brain design? Not!). Si no fuese perfecto, nuestro cerebro no estaría despierto y activo durante el día, tomando ventaja de la luz solar, e inactivo durante la noche, precisamente cuando el sol se esconde; si no fuese perfecto no sentiríamos hambre justo cuando necesitamos comer o sed cuando es apremiante tomar líquido; obviamente, y sin duda alguna, si no fuese perfecto no sería capaz de captar la perfección inherente en la Naturaleza que nos rodea, como el aroma de las flores, los vivos colores que la impregnan o el gusto de los manjares naturales; ¿Cómo, si nuestro cerebro no fuese perfecto, podríamos deleitarnos con la música de Mozart o la lectura de Shakespeare? ¿O cómo, si no, puede estar preparado para desarrollar cualidades tales como la bondad, la verdad, la fidelidad, el amor o la libertad? De hecho, quizás sea este órgano lo más perfecto de la Naturaleza ya que ha concebido la idea de Dios y nos posibilita, mediante la infalible herramienta de nuestro pensamiento e intuición, saber de su existencia, del sendero verdadero y único del bien y el amor al prójimo. Sólo un órgano perfectamente diseñado puede hacernos conscientes de nosotros mismos con el objetivo de analizar lo bueno y lo malo de nuestras obras.

Todavía hoy en día, siglo XXI, hay algunos que están ciegos ante la obviedad de lo que se presenta delante de nuestros ojos. Son pruebas indiscutibles de la existencia de un Plan, un diseño y, por tanto, un Diseñador, como causa y razón de todo lo que existe. Todavía hoy algunos piensan que algo tan perfecto como nuestro cerebro puede ser simplemente fruto de cientos de miles de años de evolución biológica que lo han conformado tal y como es, con el objetivo de permitir la supervivencia y adaptación de nuestra especie al medio ambiente en el que vive. Y todo por una serie de datos científicos contrastados, menospreciando con soberbia lo que es evidente de por sí. ¿Acaso tienen más valor un puñado de datos y teorías científicas que la “fuerte impresión” de que la Naturaleza es fruto de un proyecto, o que la “intuición” de que ésta no puede ser fruto de la casualidad? ¿Acaso perfección es sólo es un juicio de valor personal que nada tiene que ver con el conocimiento objetivo de la Naturaleza? En fin, es triste que, todavía hoy, se dedique dinero y esfuerzo a la investigación científica, en lugar de intentar potenciar nuestra intuición y capacidad de impresionarnos para conocer mejor la obra del Creador.

Tito

05 marzo 2006

El cerebro: ¿el último refugio de Dios? (y II)


Dado que las neurociencias actuales cada vez aportan más peso a los argumentos de la unidad del ser humano, ello ha supuesto un serio desafío para los comités teológicos que ven que si Dios tiene algo que hacer con los seres humanos debe hacerlo a través de la interacción con sus cuerpos y más particularmente aún con sus cerebros.

De esta manera se expresaban los autores de Neuroscience and the person. Scientific prespectives on divine action, una publicación conjunta del Observatorio Vaticano y el Centro para la Teología y las Ciencias Naturales. Retomo con esta cita la principal conclusión de uno apunte anterior (El cerebro: ¿el último refugio de Dios?): que la gran cantidad de conocimientos que nos aportan las neurociencias sobre el comportamiento humano no va a hacer que los creyentes se cuestionen su fe, a lo sumo replantearse “el problema de la acción divina en el mundo humano”. Por supuesto que desde un punto de vista científico, sí que se pueden extraer muchas conclusiones sobre las preguntas que el hombre se ha hecho sobre su propia esencia y su relación con el mundo natural. Baste como ejemplo este editorial de la revista Nature Neuroscience: Does neuroscience threaten human values?, en el que se afirma que las neurociencias pueden aportar claves para entender conceptos básicos de los sistemas tradicionales de creencias como el libre albedrío, el determinismo del comportamiento humano, y, por supuesto, las creencias religiosas y morales.

El mismo día que publicamos nuestro anterior apunte apareció en la revista Nature una nueva crítica al libro del filósofo Daniel C. Dennett, Breaking the spell. Religion as natural Phenomenon. La firma Michael Ruse, filósofo de la Florida State University, el cual afirma que el libro, cuyo objetivo es dar una explicación de cómo apareció la religión y de porqué tiene la aceptación que tiene en la actualidad, no va a ser del agrado de los cristianos (se refiere a las distintas iglesias que pueblan los Estados Unidos). Las explicaciones que Dennett aporta son de corte evolucionista, lo que no es de extrañar dada su ardiente defensa del darwinismo (Dennett es autor de Darwin's Dangerous Idea: Evolution and the Meanings of Life). Una de las principales críticas que Ruse hace a los planteamientos de Dennett es que no se puede entender el fenómeno religioso en la actualidad exclusivamente desde un punto de vista biológico, sino que es necesario un abordaje histórico, o lo que es lo mismo, un estudio de cómo las creencias religiosas han evolucionado como “objetos” culturales a lo largo de los siglos. Estudio que, desde mi punto de vista, puede utilizar los elementos conceptuales de la evolución biológica, como un posible “efecto fundador” de la colonización del norte de América por fundamentalistas religiosos provenientes de Europa.

La cita del comienzo de este apunte está extraída de uno de los libros de Francisco Mora, neurofisiólogo de la Universidad Complutense de Madrid (pertenece al mismo departamento que Francisco J. Rubia). Mora, sin duda el científico español que más ha hecho por la divulgación de las neurociencias en nuestro país, también ha abordado el tema de la creencia religiosa en algunos de sus libros, concretamente en El reloj de la sabiduría y Continuum, ¿cómo funciona el cerebro? Su planteamiento de partida es que “los mecanismos que planificaron nuestra supervivencia [a lo largo de la evolución] y la siguen manteniendo son los mismos que al alcanzar la conciencia han llevado al ser humano a sentirse más allá de los justos determinantes que imprime la propia naturaleza” “...nuestro propio cerebro, en su desmedido afán de supervivencia, nos eleva al infinito. Y construimos aquí, en nuestro mundo de todos los días, un nuevo mundo “más allá” en ese afán de querer seguir vivos. La creencia religiosa arranca de ahí.”. Para Mora, lo peculiarmente distintivo de la experiencia religiosa es “la conciencia sensorial de Dios o de lo divino”: “el cerebro posee el substrato último de toda experiencia, inefable o no, lo que incluye la propia experiencia religiosa [...] muchos de los componentes de las experiencias religiosas tienen su asiento último en el sistema límbico (especialmente en la amígdala e hipocampo)”. Es, por tanto, en los mecanismos emocionales de nuestro comportamiento donde Mora pone la clave de lo religioso: “Los sentimientos han llevado al hombre a “soñar” y liberarse temporalmente de su finitud inexorable. Con ellos, con los sentimientos, el hombre ha encontrado la energía para elevarse hacia el infinito. Ése es el sentimiento de Dios.”

Para finalizar quiero volver a recomendar una de las últimas críticas publicadas en Las Ruinas Circulares por nuestro buen amigo (60% racional-40% emocional, o tal vez a la inversa, como él se define) sobre uno de los libros que citamos en el apunte anterior de esta microserie, Ciencia versus religión de Stephen Jay Gould. Y ya de paso merece la pena echar un vistazo a este otro comentario sobre el libro El cerebro ejecutivo de Ekhonomon Glodberg.

Lupe

PD: Tanto Francisco Mora como Francisco J. Rubia acaban de publicar dos nuevos libros, Los laberintos del placer en el cerebro humano y ¿Qué sabes de tu cerebro? 60 respuestas a 60 preguntas, respectivamente. Prometemos comentarlos en un futuro.