22 febrero 2006

Punto de partida: El lenguaje


“El objetivo al dirigir el punto de mira sobre el lenguaje es aprender a evitar ser engañados por nuestras propias creaciones lingüísticas cuando estamos pensando y hablando acerca de lo paranormal.” Este es uno de los principales objetivos de William D. Gray en su libro “Thinking critically about New Age ideas”, una de las obras más citadas en relación con el análisis de lo paranormal desde la lógica y la lingüística. Se trata de un libro de texto escrito por “un profesor de filosofía interesado en los temas paranormales porque muchos de mis estudiantes los sacan a colación en clase”. Aunque no he conseguido más información sobre el autor, su estudio sobre el uso de las falacias (argumentos erróneos) por los defensores de los fenómenos paranormales es, como digo, una de las fuentes más utilizadas en cualquier crítica escéptica de dichos fenómenos. A mí me ha interesado sin embargo los dos primeros capítulos dedicados a como los charlatanes violan las reglas básicas del lenguaje y abusan del uso de algunos de sus elementos, las palabras y las afirmaciones (statements). La idea que Gray defiende es que cuanto más inusual es una idea, más alerta hay que estar ante el uso que se hace del lenguaje al defender dicha idea. Por ejemplo, muchos pseudomisterios surgen de lo que Gray denomina supersticiones lingüísticas, o lo que es lo mismo, pensar que las palabras tienen significados ocultos. Esto viola uno de los principios básicos del lenguaje, y es que el significado de una palabra es arbitrario en tanto que dicho significado proviene del uso que los humanos hacemos de ella. El lenguaje es un producto humano que permite la comunicación simbólica entre la gente. Pero esta sólo es posible si existe un acuerdo en el uso de los símbolos (las palabras).

Un ejemplo de este tipo de pseudomisterios es el que gira en torno a la palabra mente. Así se oye decir “nadie sabe lo que es realmente la mente” o “los científicos no han determinado cuales son los límites de la mente”. Este pseudomisterio, combinado con la falacia de la argumentación ad ignoratium, permite a muchos charlatanes justificar la posibilidad de poderes mentales como la percepción extrasensorial o los viajes astrales. Pero la mente es un misterio “solo si buscamos una cosa o una entidad llamada mente, y esta búsqueda surge de la idea supersticiosa de que la [palabra] mente tiene más significados que los que nosotros le hemos dado.” Por tanto, cuanto se discute sobre la naturaleza de la mente se tiende a caer en lo que Gray denomina disputas verbales, las cuales se basan en la ilusión de que se esta discutiendo sobre hechos cuando realmente se discute sobre las palabras. Este tipo de discusiones puede derivar de que la palabra tenga varios significados. En el caso de la palabra mente, a parte de su utilización en expresiones como “siempre he tenido en la mente lo que te ocurrió” o “no me vienen más ejemplos a la mente”, según el diccionario de la RAE, mente en psicología es el “conjunto de las actividades o procesos psíquicos conscientes e inconscientes”. En el Diccionario de Neurociencias de Mora y Sanguinetti, mente refiere “al conjunto de atributos de la persona durante la experiencia consciente como pensar, sentir y la misma consciencia del yo” y “a la expresión de la función cerebral”. Por tanto, la palabra mente no refiere a ninguna cosa o entidad en el mismo sentido que, por ejemplo, sí lo hace la palabra cerebro. Pero podemos inventar un nuevo significado para la palabra mente, como hacen los defensores de lo paranormal, y decir que es una cosa. En ese caso sí que se justifica la sensación de misterio en torno a la mente, porque sería un tipo de cosa muy especial, sin color, forma, o tamaño, y que no ocupa espacio dado que es inmaterial. Pero para llegar a este punto hemos tenido que violar los principios fundamentales del lenguaje. Y eso es muy útil para los charlatanes porque evita el entendimiento con los que, desde un punto de vista científico, estudian la mente. Porque, por supuesto, las preguntas sobre que le ocurre a nuestro cerebro cuando soñamos, cuando sentimos terror o hambre, cuando razonamos y calculamos, o cuando aprendemos y memorizamos (procesos que se ajustan a la definición que la RAE da de mente), son todas ellas legítimas desde el punto de vista científico.

Lupe

PD: Curiosamente, la primera acepción de la palabra mente en el diccionario de la RAE es “potencia intelectual del alma”. Es decir, mente y alma no son sinónimos, en el sentido de que alma sería una entidad y mente una de sus facultades. Y no sigo porque no me desenvuelvo bien en el terreno metafísico.

11 febrero 2006

Mente y materia (más allá de la muerte), según Erwin Schrödinger

“Lo que construimos en nuestras mentes no puede tener (así lo siento) un poder dictatorial sobre nuestra mente, no puede cuestionarla ni aniquilarla. Algunos de ustedes dirán, estoy seguro, que esto es misticismo. Así, aun reconociendo que las teorías de la física son siempre relativas –por cuanto dependen de ciertas hipótesis básicas-, podemos afirmar, o así lo creo, que las teorías actuales de la física sugieren fuertemente la indestructibilidad de la Mente frente al tiempo.”

Así concluye Erwin Schrödinger uno de los capítulos de su libro “Mente y materia” . E. Schrödinger, premio Nóbel de Física en 1933, descubrió la ecuación que describe el comportamiento de los electrones, los átomos y las moléculas (de la cual alguien dijo: En el principio Dios creó la ecuación de Schrödinger. Luego la tomó como modelo y fue creando todas las cosas de acuerdo con ella). Además, fue pionero en escribir sobre la base física de la vida. Quizás por esta razón, era muy consciente de las limitaciones de la ciencia, sobre todo en materia de religión. En “Mente y materia” se pregunta: “¿Puede la ciencia aportar información en materia de religión?”. Y puntualiza que se refiere en particular a cuestiones “del otro mundo” y de la “vida después de la muerte”. A E. Schrödinger le preocupaba profundamente qué ocurre con el yo individual después de la muerte: “Parecen existir muchos yos conscientes y, sin embargo, el mundo es sólo uno”. Y sugiere que sólo existe una Mente (con mayúsculas) de la que todos participamos, y trae a colación la doctrina hinduista de las Upanisad, indicando que debe ser incorporada al pensamiento occidental. Pero va más allá en su sugerencia y, después de analizar brevemente la contribución de Platón, Kant y Einstein sobre los conceptos espacio y tiempo, afirma que “la distinción entre antes y después o anterior y posterior (conceptos basados en la relación causa-efecto) no puede aplicarse universalmente”, y por tanto, sobre la base de “la progresiva idealización del tiempo”, llega a la conclusión de que la Mente puede trascender a la muerte física.

En “Mente y materia”, publicado a finales de 1950, E. Schrödinger reflexiona abiertamente acerca de la esencia del comportamiento humano, lo que le conduce, sobre la base de sus conocimientos en física, a una concepción mística de la Mente. Sin embargo, en estos casi 50 años desde el momento en el que “Mente y materia” vio la luz, el conocimiento científico acerca de la mente y su relación con el cerebro y, por tanto, con la biología, ha avanzado notablemente. Y este salto en el tiempo se pone de manifiesto en los primeros capítulos del citado libro, en los que E. Schödinger discute acerca de la evolución biológica y el comportamiento humano en unos términos que ningún biólogo aceptaría hoy en día. E. Schrödinger acepta la teoría de la evolución de Darwin en lo que respecta a órganos físicos y hábitos de conducta, pero deja al comportamiento “complejo” fuera del alcance de la selección natural, y por tanto, al margen de la biología: “Pues el cambio de comportamiento no se transmite por una herencia física, por la sustancia hereditaria, por los cromosomas.” De alguna manera flirtea con el Lamarckismo al decir: “El comportamiento, aunque en sí no se hereda, puede acelerar el proceso de la evolución (...). En las plantas y en los niveles inferiores del reino animal, el comportamiento adecuado se pone a punto por un lento proceso de selección, es decir, por ensayo y error, mientras que la inteligencia del hombre le permite proceder por elección”. Esto le lleva a insinuar que nosotros, los seres humanos, podemos influir en nuestro desarrollo biológico y así seguir “un camino de perfección”. Pare E. Schrödinger, “sería extraño, por no decir ridículo, pensar que la mente consciente y contempladora (...) haya aparecido por azar (...)”. Y añade que, “alimentamos la sensación, quizá engañosa, de que, dentro de este bullicioso mundo, la mente consciente se aloja en ciertos órganos muy particulares (los cerebros)”. Yo creo que hoy E. Schrödinger no hubiese llegado a las mismas conclusiones sobre la mente.

Desarraigar nuestro intelecto del cerebro y, por tanto, de sus orígenes naturales, supone una puerta de entrada para todo tipo de interpretaciones sobrenaturales acerca de la mente (y sus “poderes”) y, en último término, nos conduce a otorgar un sentido antropocéntrico al Universo. Algunos piensan que conocer mejor las leyes físicas que gobiernan el Universo nos ayudará a desligarnos de nuestras incómodas raíces biológicas y nos empujará al pedestal donde siempre hemos querido estar, al lado de Dios, y por encima del resto de los seres vivos “inferiores” que pueblan la Tierra. Pero quizás ocurra justo lo contrario. Quizás, sólo quizás, este conocimiento nos hunda más en el maravilloso fango de la biología porque, ¿podrá el cerebro humano entender aquello para lo que no ha sido “diseñado” (por la evolución)? ¿O será que el propio Universo “consciente” de su complejidad ha creado el cerebro humano para comprenderse a sí mismo?

Tito

P.D. Sobre E. Schrödinger, y otros físicos eminentes, habla F. Rañada en su libro “Los científicos y Dios”

02 febrero 2006

El cerebro: ¿el último refugio de Dios? (I)


Hace ya muchos años solía pensar que el cerebro era “el último refugio de Dios”. Pensaba entonces, ingenuamente, que de la misma manera que la acumulación de conocimiento científico había ido enterrando muchas supersticiones, las neurociencias conseguirían desterrar la credulidad religiosa al desenmascarar la falacia del “alma en la máquina”. El problema de este argumento es la premisa: vivimos una época en la que lo esotérico y la creencia en fenómenos paranormales se encuentran en franco apogeo y coexisten con las más altas cotas de desarrollo científico y tecnológico de la historia de la humanidad. De la misma manera, el progreso en las ciencias del cerebro en las últimas décadas ha sido enorme, siendo el paradigma incuestionable (por la abrumadora evidencia que lo apoya) el hecho de que la mente no es un ente inmaterial separado del cerebro, sino que es el mismo cerebro ”en acción” (mente sería sinónimo de función cerebral). Pues bien, la religiosidad en sus diferentes versiones mantiene un espléndido estado de salud, si bien las religiones oficiales mayoritarias pierden terreno ante nuevos cultos “alternativos”. Algunos piensan que esto es debido a que ciencia y religión abordan aspectos diferentes de la realidad, o lo que es lo mismo, que la ciencia no puede dar respuestas a las preguntas esenciales de la vida (como Stephen Jay Gould en Ciencia versus religion, un falso conflicto). Discrepo radicalmente de esta visión del problema. De hecho la ciencia, y más propiamente las neurociencias, puede plantear respuestas verosímiles a la pregunta clave en este asunto: ¿por qué creemos en Dios? (o lo que es lo mismo: ¿cuál es el sustrato neurobiológico de la creencia en lo sobrenatural?). Y la respuesta que podemos esbozar es que junto a varios determinantes neuropsicológicos, la creencia en Dios y en “la vida despues de la muerte” tienen un importante componente emocional que hace inmune al creyente ante la evidencia presentada delante de sus ojos. Este componente emocional, que “colorea” el proceso normal de razonamiento (no solo en el creyente), tiene diversos orígenes, desde la educación en un ambiente religioso hasta acontecimientos extraordinarios tales como profundas experiencias místicas o vulgares visiones de vírgenes y santos (acontecimientos de cuya explicación neurobiológica se ha discutido en diversas ocasiones en esta bitácora).

Todo esto viene a cuento de las respuestas que varios investigadores del campo de las ciencias cognitivas han dado a la pregunta planteada por la fundación The Edge (especie de club virtual de pensamiento): ¿Cuál es tu idea más peligrosa, no porque no sea cierta, sino porque podría ser verdadera? (What is your dangerous idea?). Varías de estas respuestas, comentadas en algunas de nuestras neurobitácoras favoritas (neurodudes, mind hacks, y sobre todo en un reciente descubrimiento, Mixing Memories), coinciden en que la idea más peligrosa es que mente y cerebro son la misma cosa (The astonishing hypothesis que dijo Crick). Y esto por dos razones: porque cuestiona la libertad individual y los fundamentos de la moral y porque permite elaborar una teoría científica de Dios. Estas conclusiones se supone que provocarán una convulsión en la sociedad y que constituyen una autentica revolución del pensamiento humano. Aunque no dudo que la idea de la unidad mente-cerebro obliga a replantearse muchos de nuestros principios morales (como ya comentamos en esta bitácora: La conducta moral humana ¿Neuronas del bien y del mal?), no creo, como he discutido más arriba, que tenga consecuencias drásticas (al menos a corto/medio plazo) en las convicciones religiosas de la mayoría de los creyentes.

Pero el tema de la religión desde el punto de vista científico genera una abundante literatura. La última entrega la protagoniza el filósofo Daniel C. Dennett y su libro Breaking the spell. Religion as natural Phenomenon. Dennett, cuyo trabajo se ha centrado principalmente en el estudio de la conciencia, parte en este libro de dos premisas: la primera es que la ciencia está capacitada para investigar la religión (en oposición a las ideas de Gould), y la segunda es que la creencia en lo sobrenatural surge de los errores cometidos por sistemas neuropsicológicos cuya principal función es la de generar lo que se conoce como “teoría de la mente” (la capacidad de ser conscientes de lo que los otros están pensando y sintiendo). Desde este punto de partida, para Dennett lo más interesante es que, junto a la evolución desde las formas primitivas de religiosidad (animismo) hasta los monoteísmos, surge lo que denomina “la creencia en la creencia” (belief in belief), lo que yo identificaría con el popular “en algo hay que creer”. Es decir, independientemente de (y por encima de) la solidez de la creencia en un determinado Dios está la solidez de profesar unas creencias (lo cual supone una especie de blindaje para el creyente). Pero Michael Shermer, que publica la revista Skeptic, afirma en su comentario sobre el libro de Dennett en la revista Science (Beleving in Belief) que esta idea permite al ateo afirmar que cree en Dios, entendido como una idea (meme) que reside en la mente del creyente en un Dios omnipotente. El corolario de esto último es que el “Dios en tu cabeza realmente no existe” (como entidad fuera de tu cerebro). El libro de Dennett ha sido también comentado, como no, en la bitácora sobre neuroteología Numenware: Breaking the Spell--Dennett on religion.

No quiero finalizar este apunte sin citar la aportación más específica a este tema desde la neurociencia española. Se trata del libro La conexión divina: la experiencia mistica y la neurobiología de Francisco J. Rubia, neurofisiólogo de la Universidad Complutense. Puesto que el libro ha sido recientemente comentado en la bitácora Las Ruinas Circulares (A propósito de... La conexión divina, de Francisco J. Rubia) por un buen amigo, nos remitimos a sus palabras: “El autor no ve problema en que se diluciden las áreas cerebrales implicadas en la experiencia mística: La existencia de estas estructuras responsables de la experiencia mística no dice nada a favor o en contra de la creencia en seres sobrenaturales. Para el creyente, por ejemplo, es importante saber que existen en su cerebro estructuras que hacen posible estas experiencias [...] Para el no creyente, estas estructuras serían las responsables de la creencia en seres sobrenaturales, que no serían otra cosa que proyecciones al mundo exterior de nuestro cerebro. [...] Su visión propugna la coexistencia de ambas realidades en el hombre y apoya la estimulación de ambas realidades, que son necesarias para el perfecto desarrollo del individuo.” Como se puede comprobar, lamentablemente no todos los científicos están dispuestos a llevar hasta sus últimas consecuencias lo que la neurociencia nos revela de forma fría y objetiva.

Lupe

PD: A pesar de lo extenso del apunte, me gustaría referirme a un artículo aparecido en The Guardian en Diciembre titulado Are we hardwired for religion, or is it just a psychological and social need?, que fue comentado en Mind Hacks (Explaining Religión), y que sostiene que la ciencia, cuando estudia la religión debe tener en cuenta tanto sus funciones psicológicas (aunque se consideren subproductos de otras funciones) como sus funciones sociológicas (mantener la cohesión de los grupos de individuos).